Vuelvo a escribir luego de varios meses y definitivamente lo que me inspira a escribir son los viajes. No hay otra cosa que saque lo mejor de mi que estar afuera y atravesar nuevas experiencias. Ni siquiera hace falta que me vaya lejos para obtener ese fuego interno que hace que tenga ganas de escribir.
Como muchos de otros fines de semana largo, vinimos a Mar del Plata para visitar al viejo de la Negra, que al vivir a 400km no lo vemos demasiado seguido. El viaje fue una tertulia ya que mi vieja y su amiga también tenían que venir para MDQ porque tenían una celebración a la cual insistieron que nosotros acudamos, pero ni lerdos ni perezosos no fuimos.
Luego de las cenas y charlas de turno salimos a recorrer nuevamente Mardel y la verdad sentí un vacío bastante fuerte al recorrer la zona céntrica. Yo he venido a Mardel infinidad de veces, estoy seguro que estoy arriba de las 30 veces que datan inclusive desde que soy muy pequeño. Fue siempre el destino favorito de mis padres y luego por mis propios medios he vuelto una y otra vez.
Tengo grandes recuerdos, como cuando iba con mis compañeros del secundario caminando hasta la calle Alem, cuando en ese momento era furor y todo el mundo estaba ahí, y pasábamos las noches enteras de un lado al otro simplemente pasándola bien. También recuerdo los momentos de Punta Mogotes, que siempre íbamos para esas playas por el hecho de tener más espacio.
Hoy decidimos ir a caminar por San Martin y por la parte de la rambla y la verdad, la palabra decadencia es la que mejor aplica. Los negocios de pulloveres fueron reemplazados por venta de ropa barata de bajísima calidad a modo de remate y feria persa, los tarjeteros de los boliches fueron reemplazados por gente carenciada, ya no están los lugares para sentarse a tomar un café, los teatros están cerrados y la juventud que siempre estaba presente ahora es reemplazada por familias numerosas y bulliciosas que se desplazan en masa.
Estos síntomas hicieron que queramos salir corriendo de la calle San Martín y fuimos a darle una chance a la rambla. Nos encontramos con un escenario casi tan desolador como en la San Martin. Los negocios que rodean el edificio del casino, todos cerrados, el olor a orina era espantoso, los espectáculos callejeros eran lamentables y casi que me daban vergüenza ajena, la feria artesanal que está en frente del hotel provincial también deja bastante que desear.
La ilusión de dar una vuelta fue hecha pedazos en los 20 minutos que duró la caminata. Nos volvimos al depto y pensando que a la tarde podríamos ir a Güemes a ver qué onda. Llegó la tarde, luego de una siesta y nos fuimos para Güemes. Un mundo de gente por las veredas tratando de comprar cosas y caminando de manera bastante desordenada. Güemes está bastante mejor, iluminado como se debe, buena oferta comercial, oferta gastronómica y color en las vidrieras. Estuvimos caminando hasta que se largó a llover y emprendimos el regreso. Misteriosamente, la caminata nos llevó de nuevo hasta la plaza Colón. Íbamos caminando en busca de la confitería Boston cuando pasamos por delante de los famosos “Tren de la Alegría” en donde se encuentran personas producidas con los disfraces de los personajes de turno. Hubo uno que me llamó mucho la atención y fue un Hombre Araña que tenía una panza de asado y vino terrible.
La palabra decadencia no me la puedo sacar de la cabeza. Reconozco que solamente sigo volviendo a Mardel porque mi suegro vive acá y no porque sea devoto de la ciudad. Espero que algún día esta hermosa ciudad vuelva a ser lo que en algún momento supo ser.